La verdad prohibida sobre Hipotesis Del Embarazo A Temprana Edad Revelada por un experto

hipotesis del embarazo a temprana edad

Para ilustrarlo se analiza un conjunto de historias de vida de jóvenes pertenecientes a diversos contextos socioculturales. Se expone de qué manera ciertos elementos como la permanencia en la escuela, el ingreso a la información y educación sexual, las ocasiones y aspiraciones de vida y la existencia de redes familiares y sociales de apoyo de las jóvenes, pueden influir en la frecuencia de los embarazos a lo largo de la adolescencia. Se denomina vulnerabilidad popular al conjunto de dichos elementos y se ofrece hacer análisis cuantitativos ulteriores, con base en las encuestas sociodemográficas y de salud con las que se cuenta para poner a prueba la hipótesis de la relación entre vulnerabilidad social y embarazo adolescente.

• También hay trabajo tanto para los hombres para las mujeres del otro lado de la frontera.
• De acuerdo a cantidades del Instituto Nacional de Geografía y Estadística , el 35.6 por ciento de la población joven del país son adolescentes entre 15 y 19 años.

Una de cada 5 niñas y niños que nacieron en 2011 son hijos e hijas de mamás adolescentes. El Presidente Peña mentó, en el mensaje líneas arriba mencionado, que 11 mil pequeñas de diez a 14 años de edad se convirtieron en mamás en el 2013.

Un Comentario En Embarazo En Adolescentes Indígenas

Para las jovenes indígenas la pobreza, el ingreso restringido a la educación y a la salud —incluidos los métodos anticonceptivos—, más la carencia de programas con pertinencia cultural sobre derechos y salud sexual y reproductiva dirigidos a los distintos ámbitos (rurales, urbanos y en contextos de migración) son, en grupo, los componentes estructurales que hacen continua la presencia de embarazos. La Ley General de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes define a las y los jovenes como la gente entre los 12 años cumplidos y inferiores de 18 años de edad; por su parte la Convención de los derechos del Niño define a niñas, pequeños y jovenes como toda persona menor de 18 años. La Organización Mundial de la Salud por su lado, dice que la adolescencia es el periodo de vida que se da entre los 10 y los 19 años. La Observación General número 4 del Comité de los Derechos del Niño señala que la adolescencia es la etapa de la vida en caracterizada “por veloces cambios físicos, cognoscitivos y sociales, incluida la madurez sexual y reproductiva; la adquisición gradual de la capacidad para asumir comportamientos y funciones de mayores, que comprometen nuevas obligaciones y requieren nuevos entendimientos teóricos y prácticos”. Cantidades de 2013 indican que diariamente, 20 mil mujeres de 18 años dan a luz en países en vías de avance y 2, de los 7.3 millones de partos de jovenes que sucedieron en ese año, correspondieron a niñas inferiores de 15 años. México encabeza la lista de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo que presenta la tasa más alta de embarazos en mujeres jovenes. Según cantidades del Instituto Nacional de Geografía y Estadística , el 35.6 por ciento de la población joven del país son jovenes entre 15 y 19 años.

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Salud

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Ambas edifican y refuerzan sistemas de relaciones sociopolíticas basados en el desbalance de poder entre las personas, el patriarcado y la heteronormatividad. Estas construcciones de poder definen lo «habitual» y «superior» y lo «diferente» (mujeres, gays y transgéneros), naturalizan lo primero e inferiorizan y excluyen lo segundo. Las inequidades y los desequilibrios de poder entorpecen las interacciones humanas armónicas, justas y desarrolladoras (p.32). Garantizar que son construcciones culturales y sociales implica primeramente, ninguna de ámbas es original, y que es la sociedad que entrega la sexua­lidad heterosexual más valor que a la diversidad sexual no usual.

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Pero lo anterior no significa que el Estado haya cumplido con garantizar los derechos sexuales y reproductivos de las jovenes indígenas. En general, en las instancias gubernativos se representa a quienes integran a los pueblos indígenas como asexuales, pero contradictoriamente más fecundas que el resto de la población, resaltando políticas de control de fecundidad y también impidiendo la independencia de elegir el número y esparcimiento de las hijas y los hijos a través de la imposición de métodos anticonceptivos y esterilización obligada cuando las mujeres acuden al sistema de salud. Esto distancia a las indígenas de estos espacios para recibir información, entendimientos y atención. Bajo esta concepción, la maternidad sería un paso habitual o aun natural en el curso de vida de las jóvenes indígenas, y los embarazos entre jovenes no serían considerados un inconveniente sistémico dentro de las comunidades.

La tasa de embarazo adolescente en México fué reduciendo a lo largo de los últimos veinte años, pero aún es parcialmente alta, de 81 por mil (Menkes y Suárez, 2002).2 Se calcula que precisamente 40 por ciento de estos embarazos no son deseados (Zúñiga, 2000). Existe evidencia de grandes diferencias entre las diferentes clases sociales, estratos o conjuntos en la incidencia del embarazo adolescente, pero estas diferencias no han sido analizadas de forma sistemática.

Con esta aproximación histórica y cultural, propia del constructivismo popular, llegamos a comprender que cada sociedad y grupo concreto coadyuva en la construcción de significados que dan congruencia y organizan la sexualidad. Perspectiva que niega la presencia de una naturaleza humana universal y resalta la existencia de una enorme diversidad en lo que se refiere a los significados del cuerpo (p.70). Estas disci­plinas precavían que la fecundidad de este grupo poblacional y la práctica de relaciones íntimas eran los nudos centrales de la problemática adoles­cente, que señalaban directamente en la salud de la menor embarazada y de sus hijos, y que vulneraba el afán de reducción de las tasas de fecundidad nació­nal. En suma las indagaciones que relacionan sexualidad con género combaten recientemente el de tomar el reto de aproximarse a la distinción sexual entre mujeres y hombres anexando seriamente el criterio de género en la inspecciona­ción tal como de concebir la sexualidad como fuente de exitación y vinculación humana alén de la reproducción. Las posturas feminista manifiestan se puede localizar el sitio del poder y de la represión no solo en la creciente naturalización de las relaciones convencionales, de igual manera en las relaciones establecidas entre los géneros. Esta represión y poder históricamente tiene una valiosa coalición en el debate científico que pretende legalizar una sola sexualidad como la válida, y un género como el dominante por encima del otro (Hermoso, & Oviedo 2013). De aquí parte el afán de poder la entendimiento estricta y también integral de la sexualidad en nuestro contexto de a comprender en la vida diaria a los distintos caminos de indagación, tanto los nuevos enfo­ques estratégicos que alargan la óptica cerca de la sexualidad (Barbón, 2012; Fernández 2014).

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